domingo, 4 de mayo de 2014

La deuda

Todos nacemos con una deuda contraída. No hemos tomado la primera bocanada de aire y ya somos deudores de lo más importante que jamás tendremos: nuestra vida. Nueve meses hemos pasado en vientre ajeno, nutriéndonos, creciendo. Tras nuestra estancia, dejamos algunos desperfectos, varices, estrías y algún kilito de más, sobre una cintura que con total certeza nunca recuperará su tamaño de antes..

Debemos horas de dedicación, noches en vela, cuidados intensivos en madrugadas de fiebre, abrazos y besos, canciones de cuna y cuentos. Tardes eternas de deberes, fiestas de cumpleaños, consuelo de llantos infantiles.. el importe de la deuda se va haciendo inmenso, incalculable.

 Según pasan los años, sin ser conscientes de la gran deuda que acumulamos y entrando en la adolescencia, esa mujer que nos dio tanto nos da un poco de vergüenza ajena.. la queremos, claro, pero preferimos que no prodigue sus besos en público. Nos fastidia que nos espere despierta, que nos de la lata con los estudios y que nos someta a un "tercer grado" cada vez que salimos por la puerta. Le empezamos a ver defectos y somos críticos con ella.. al fin y al cabo, que sabrá ella de lo que nos pasa!

Pero la vida, que tarde o temprano pasa factura de todo,  llega un día para cobrarse esa deuda impagable y te regala un hijo propio. Y entonces , solo entonces, devuelves todos y cada uno de los sacrificios, de las horas sin sueño, de las preocupaciones y cuidados, del amor entregado sin esperar recompensa.

 Entonces te das cuenta de la gran deuda que has acumulado y tu madre se convierte en tu mejor amiga, tu consejera, tu aliada... y tu deuda queda saldada con cada instante que te olvidas de ti misma para dedicarte a tus propios  hijos.