viernes, 14 de noviembre de 2014

El secreto de la felicidad

¿Para qué vivimos? ¿Cual es en verdad el propósito de nuestra existencia? No tengo la respuesta y no sé si alguien la tiene en realidad, pero el otro día leí una frase que me pareció que se acercaba bastante a la esencia de lo que todos buscamos.

"El primer propósito del ser humano es ser feliz y el segundo hacer felices a los demás"

¿Realmente podía ser tan simple? Podía ser nuestro propósito fundamental ser felices? Pues si, yo creo que, sorprendentemente, es  así de simple. A partir de ahí, el punto de partida es que entendemos por felicidad. Falsamente, creémos que ser felices es conseguir  que todo sea como lo deseamos. Procuramos rodearnos de cosas que alimentan nuestra vida "perfecta". Ese viaje soñado, esa persona que nos complementa, ese coche, bolso o casa que finalmente será lo que nos traiga la felicidad definitiva. Por supuesto, todas esas cosas nos otorgan un pellizco de felicidad. Lamentablemente, son solamente momentos efímeros que se diluyen una vez conseguido ese objeto de deseo. Por eso, cuando veo gente que todo lo tiene y es infeliz o gente que no tiene nada y es absolutamente dichosa, pienso que tiene que haber otro secreto para ser feliz. Y creo que lo hay.

Cuando cada uno analizamos nuestra vida nos damos cuenta que nos la pasamos luchando contra las cosas "malas" o negativas que nos suceden. Las convertimos en problemas y nos enfrentamos a ellas como roca ante la ola, luchando por cambiarlas. Esa lucha es una fuente incesante de frustración, decepción, tristeza y,  al final, infelicidad. Al final, como la roca, acabamos erosionados.

La muerte de un ser querido, un amigo que te falla, un hijo que no "cumple" con aquello que tu habías planeado para el, una enfermedad, un revés en la economía familiar... Tantas cosas que pueden llegar a destruir nuestra felicidad! Pero, ¿ y si el secreto estuviese en la aceptación de esas situaciones y, una vez asimiladas, en convertirlas en algo positivo o en experiencias de las que aprender?

Por supuesto, lo malo que nos ocurre nos duele y es normal. Pero pasado ese periodo de dolor, aceptarlo y transformarlo en positivo nos dejará una paz que se asemejará bastante a la felicidad. Ese ser querido que se ha ido no ha vivido en balde porque nos ha dejado un recuerdo, ese amigo que te falló no era imprescindible y otros han llegado para llenar ese espacio en tu vida, ese hijo no nació para cumplir tus expectativas sino para ser él mismo y cumplir las suyas propias, ese revés económico te ha enseñado a dar importancia a las cosas que de verdad la tienen. Aceptar las circunstancias con valentía en lugar de resignación, nos impulsa a mejorarnos, a perdonar, a encontrar felicidad en todo lo que nos ocurre, aunque no sea aquello que inicialmente deseábamos.

La aceptación es sin duda la clave. Aceptarnos a nosotros mismos, con nuestra cosas buenas y malas, perdonarnos nuestras equivocaciones y seguir adelante habiendo aprendido algo de ellas, aceptar a los demás con sus circunstancias y sus errores pero valorando lo bueno que nos aportan, aceptar lo que nos llega y gestionarlo con positividad. Aceptar, aceptar y volver a aceptar.

¿Facil? Por supuesto que no! Imposible, tampoco. Y una vez conseguido el propósito de ser feliz, la segunda parte, esa de hacer felices a los demás, vendrá sola. Porque una persona feliz, trae felicidad a los que la rodean.