viernes, 17 de febrero de 2012

La despedida

La luz tenue de primera hora de la mañana iluminaba tímidamente el andén. Se volteó y sus ojos se posaron en el rostro ajado de su padre. Cada arruga era testigo de los días enfrentados al sol, el frío y  el viento. La vida del  campo había dejado su profunda huella. Sostuvo aquellas manos ásperas y rudas que tantas veces habían cogido su diminuta mano a la vuelta del pastoreo de las ovejas o de un día duro de cosecha. En esos campos, había aprendido mas de la vida que en todos los días que había asistido a la vieja escuela de piedra de la aldea. Abrazó a su padre,sabiendo que sería el último abrazo, quien sabe si en mucho tiempo. Oyó sollozar a su madre, aquella madre que olía a pan recién hecho y a humo del hogar de leña. Era una mujer pequeña y sencilla, sin apenas educación, pero que le había enseñado el camino de la honradez y del esfuerzo. Besó su cara muchas veces e inspiró su olor, vorazmente, como si quisiera llevársela con él en aquel largo viaje.

Recordó la aldea de su niñez, cada piedra, cada encina, cada camino. Recordó los juegos infantiles, las tardes en los campos, el vuelo de las cigüeñas. Sabía que, a su regreso, esa aldea le sería ajena y lejana, como el olor  de la tierra mojada tras de  un día de lluvia.

2 comentarios:

  1. Que profundo y que real!!! pero es así, la vida está llena de momentos unos maravillosos y otros menos.....

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  2. Así es Ajo.. pero no depende tanto de lo que ocurre, sino de como lo percibimos. Este es una pequeño homenaje a tanto pequeños pueblos que han quedado abandonados..besos

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