miércoles, 1 de junio de 2016

El olvido

Se acercó a la ventana helada. Hacía unos segundos apenas que él había salido de su vida, cerrando la puerta tras de sí. Desde su lado del  frío cristal, lo observó alejarse cabizbajo,  con las manos en los bolsillos, como si cargase el peso del universo sobre sus hombros.

La despedida en sí, no le extrañaba. Ese amor, como tantos otros, había nacido muerto. Sabían desde el primer instante  que tenía las horas, los días contados. No había podido ser desde el principio y, sin embargo y a pesar de todo, ambos se habían empeñado en enredarse en él, tejiendo con cada momento juntos una maraña de lazos y nudos que ahora tocaba deshacer.

Tanto compartido... ¿cómo empezar? Empezaría por olvidar sus ojos. Esos ojos que eran como abismos profundos dónde ella había aprendido a zambullirse. Podía intentar olvidar también sus manos. Eran fuertes y huesudas y ella habría podido pasarse horas tomándolas entre las suyas, o sintiéndolas recorrer cada centímetro de su piel mientras ella cerraba los ojos, entregada. Podía olvidar sus brazos, sin duda, o sus labios, o  su pelo rebelde, ese que sus manos habían peinado tantas veces, sin éxito alguno.

Podía olvidarlo todo, por partes,  sin duda. Pero su esencia, esa que había tragado a pequeños sorbos, no la podría olvidar jamás.

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